Ayer a la hora de comer dejaron la obra los obreros y desde entonces la Plaza está en el silencio extraño y un poco enfermizo de la reclusión que ahora lo es menos, pero se nos ha quedado un rastro de confinamiento del que nos costará salir.
La gente visita la obra –unos con mascarilla y otros no que ambas cosas están permitidas– y cada uno da su opinión que este es un país libre para expresarla.
Hablaba de la permisión de llevar o no mascarilla y se me olvidaba apuntar que es obligatoria la distancia física, que no "social", entre personas. Ésa hay muchos que se la pasan por ... ahí y como no podemos poner un policía para cada uno, pues los infractores se lo pasan en grande y los cumplidores "sufren con paciencia las flaquezas de sus prójimos" –que es una de las obras de misericordia cristianas– y se fastidian.
Estoy en desacuerdo con muuuuchas de las cosas a que nos ha obligado el estado de alarma, incluso con ese estado, pero cumplo es-cru-pu-lo-sa-men-te con lo que se nos ordena porque creo que es algo a lo que todos estamos obligados: el bien común –aún siendo cuestionable– por encima de las apetencias o las conveniencias individuales.
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