Probablemente el pleno del día 26 de octubre de 2015 pasará a la historia por ser uno de los más largos de los que ha celebrado el ayuntamiento, lo que no sé si es bueno o es malo.
Estoy convencido de que las personas que dedican parte de su tiempo a servir a los demás han de contar con el reconocimiento de quienes nos quedamos en casa esperando que nos resuelvan los problemas que podamos tener y merecen una consideración que no siempre les damos.
Creo que los hechos desmienten que les demos la consideración que se merecen. Cada uno de nosotros exige de los demás lo que no somos capaces de exigirnos a nosotros mismos ni a los “nuestros”.
Malo es que en un pueblo pequeño se haya establecido el “nosotros” y el “vosotros” y aún diría que el “ellos”, pero es peor no intentar, al menos, poner remedio a esta situación. En la realidad nos encontramos con que, salvo honrosas excepciones que no hacen sino confirmar la regla, todo lo que hagan los “otros” está mal —incluso lo que objetivamente está bien— y lo que hagan los “nuestros” siempre es justificable —incluso lo que objetivamente esté mal y haya traído consecuencias negativas para la comunidad o parte de ella—. Se echa en falta entre nosotros el talante democrático que, por decirlo corto y por derecho, consiste en respetar el derecho de los demás a pensar como estimen más conveniente, no a estigmatizarlos por su manera de pensar. Vivir y dejar vivir en resumen.
Se recurre a la Ley, a la norma legal, con demasiada frecuencia olvidando, a menudo, que la Ley no siempre es justa y sin tener en cuenta que la norma legal es invocada casi siempre por aquel a quien favorece que, a su vez, procura conculcarla en cuanto le resulta adversa.
La Ley hay que respetarla siempre, aún cuando resulte contraria a nuestros intereses. Hay mecanismos para modificar las leyes y para perfeccionarlas y a ellos se puede recurrir, pero en el deporte que es la vida los reglamentos hay que ir respetándolos en su devenir y en los cambios, porque de lo contrario se resiente la convivencia.
El ciudadano que no respeta siempre la Ley, no es un buen ciudadano y pierde toda la credibilidad cuando en unos casos la respeta y la bordea o la incumple en cuanto sus intereses se ven rozados.
El bien común ha de estar por encima de la apetencia individual y los intereses particulares han de ceder ante el interés de la comunidad dentro de lo que marcan las Leyes. Pero aplicar la Ley, a veces, consigue que el derecho de uno prevalezca sobre el de un grupo. De ahí que la discrecionalidad sea necesaria en algún caso puntual, aun cuando ¡pobre del juez que no se ajuste a la norma escrita porque de inmediato tendrá sobre su cabeza el estigma de la prevaricación!
Pero no se trata sólo de cosas gordas como la Ley; en las minucias de la expresión diaria de los grupos municipales no se deja de intentar zaherir al o a los otros bien por acción, cambiando el sentido de lo que cada uno hace o dice, o bien por omisión, ignorando lo que de bueno puede haber hecho el adversario. Ahí está el caldo de cultivo en el que se genera la fractura social, en considerar que el otro es el adversario y, por tanto, no es el que pretende el bien de todos, sin tener en cuenta que puede desear lo mismo que nosotros pero sus caminos para conseguirlo son distintos. En aunar esfuerzos para llegar al fin que se persigue consiste el bien que se pretende para el pueblo.
Parece ser que lo que se pretende desde los grupos políticos de ámbito nacional es que los ciudadanos participemos más en las decisiones que hayan de tomarse desde los centros de gobierno y eso se extiende a las entidades de población como la nuestra. A mí me parece que eso tiene ventajas para quienes gobiernan, pero no deja de tener inconvenientes para los gobernados.
En mi opinión la constante llamada a la participación ciudadana , además de quedar muy bien para ser “políticamente correctos”, retarda las decisiones que han de ser tomadas por los elegidos por la ciudadanía a la que se pide que participe en plantear decisiones cuya responsabilidad dejó en manos de los que salieron de las elecciones correspondientes. Bien está que se puedan aportar sugerencias—eso, en lo que recuerdo de vida municipal, siempre ha sido posible— o proponer vías de solución a problemas, pero los concejales y la persona de entre ellos que tenga la alcaldía tienen la obligación de tomar sobre sí la responsabilidad de la decisión. Son los concejales —cada uno desde su perspectiva de partido, pero olvidándose de partidismo en favor del bien del pueblo— los que creo que deben aportar las posibles vías de solución a los problemas. De no hacerlo así, de convertir el gobierno municipal en una asamblea permanente con llamadas constantes a los ciudadanos, ¿para qué han servido las elecciones?
Seguro estoy de que de entre los ciudadanos de este pueblo —de cualquier pueblo—existen quienes aportarán sugerencias, propuestas, ideas para el mejor gobierno del municipio, bien adscritos a un determinado grupo político o desde la independencia más absoluta. Por eso me parece bien establecer un cauce de participación ciudadana que vaya más allá del socorrido “buzón de sugerencias”, pero la participación debe ser sólo un modo de aportar más luz a los problemas sin tener la pretensión de que nuestra idea, la que aportemos, sea la elegida por el ayuntamiento por el procedimiento que esté democráticamente legalizado.
Y una cosa que considero importante es la generosidad que en este caso consiste en que una vez tomada una decisión por el procedimiento que acabo de decir, no sólo sea acatada por aquellos que tenían una opinión distinta sino que los que pensaban de otra manera pongan su esfuerzo en favor de conseguir el objetivo de lo decidido. Esa es mi manera de entender la oposición leal; vigilando que las cosas se hagan como deben hacerse de acuerdo con la decisión tomada en su momento.
Si ese ejemplo se diera desde el ayuntamiento creo que se podría reducir la fractura social que nos aqueja y que, en el pleno que motiva estas líneas, un ciudadano, en intervención muy feliz a mi entender, puso en equiparación en cuanto a la magnitud de problema con el de la deuda. Coincido en su apreciación porque sin el esfuerzo de todos, sin cohesión, no se puede seguir adelante. Hay que olvidarse de ideas partidistas, de grupos, de camarillas y pensar sólo en el bien del pueblo que, a mi entender, pasa por estos dos grandes retos: la gestión de la deuda y la recomposición social; el resto de gestiones —sin olvidarlas— han de pasar a segundo plano en este momento.
La situación de equilibrio inestable en la que las elecciones últimas han colocado a nuestro pueblo no es buena para los intereses de todos. Los grupos municipales habrán de tener mucha prudencia a la hora de llevar adelante el gobierno del pueblo y en la expresión de sus ideas para no pisar callos de manera innecesaria. Y rogaría a todos que no demos pie a que los energúmenos del grito y la descalificación sean los que orienten el curso de la vida diaria. No podemos estar los vecinos mirándonos de reojo o no atreviéndonos a decir abiertamente lo que pensamos por el temor a que uno de estos individuos se encare con cualquiera para tratar de imponer sus razones a gritos; el diálogo es mejor.
Me doy cuenta de la extensión de lo que acabo de escribir y de que son cosas obvias las que aporto, así es que dudo entre publicarlo o no; pero quiero tanto a Navajas que asumo el riesgo de que este sermón que me ha salido resulte mal interpretado.