sábado, 14 de noviembre de 2015

¿Ángeles o demonios?

El ser humano es capaz de realizar lo más excelso y lo más abyecto sin inmutarse y en cuestión de segundos. A veces me pregunto si eso se debe a algún tipo de impulso o simplemente obedece al azar, a la casualidad, a la circunstancia orteguiana.
En mi opinión, los seres humanos, tratados de uno en uno son amables y respetuosos; en cambio cuando es la masa la que hay que afrontar —porque la masa siempre se dirige hacia algún sitio y esa dirección la determina el poder que orienta a la masa— resulta temible. Eso ya lo estudió Elias Canetti con gran acierto, tanto que creo que su libro “Masa y poder”, que trata de este asunto habría de ser de obligada lectura y reflexión por cualquier candidato a entrar en la Universidad. Pero vamos a lo nuestro porque lo que yo crea o deje de creer en ese sentido tiene poca trascendencia.
Los políticos son los encargados de dirigir a la masa mediante leyes. Y esto, dicho así no tienen importancia o, al menos, no tiene mayor importancia. O sí, porque del resultado de esa dirección  de hacia dónde dirija el político a la masa se derivará el mayor o menor grado de felicidad de la propia masa que ha contribuido a encumbrar al político hasta el puesto que ocupa.
Cierto es que la masa se deja embaucar con facilidad por aquél que la maneja y basta con que se determine que es muy interesante conocer las noticias que famosetes y famosillas proporcionan, para mantener a la masa ocupada en conocer si fulano se acuesta con zutano o si mengana le pone los cuernos a su novia con un señor que pasaba por allí. Largas sesiones de televisión con exhibición de escotes, muslos, tabletas de chocolate y músculos de gimnasio bastan para mantener ocupada a gran parte de la masa ociosa que recibe el mensaje como agua de mayo.
Parece obvio que me estoy refiriendo a los políticos con mucho poder —los que pueden influir desde los “media” en la formación de la opinión del ciudadano de a pie, usted y yo— a los que voy a llamar “demonios”-; pero a los que quiero referirme de verdad es a los políticos que ejercen su labor en las pequeñas entidades de población; a los que no cobran por sus servicios al resto de la comunidad y que asumen responsabilidades, sofocos, broncas y sinsabores. Me pregunto ¿qué es lo que lleva a estas personas a prestarse voluntariamente a toda esa relación de malaventuras? ¿Son ángeles?
Cualquiera que mire a su alrededor queriendo enterarse de lo que pasa se dará cuenta de que es raro el pueblo en el que los vecinos están de acuerdo en que su alcalde es el mejor de los posibles. Si consigue traer a su término municipal instalaciones que no tengan los pueblos de alrededor sin que le cueste un duro al contribuyente local, los afines lo ensalzarán hasta el ditirambo y los contrarios torcerán el gesto y preguntarán “para qué” sirve cualquiera de las cosas que el munícipe haya hecho. Es decir que siempre tendrá a la oposición enfrente, porque aquí, de lo que se trata no es de lo que se haga sino de cómo se haga.
Llegado a este punto he de volver a plantearme la pregunta que acabo de formular: ¿cuál es la motivación profunda de quienes dedican su tiempo, su esfuerzo y buena parte de su comodidad a servir a los demás sin obtener nada a cambio? Confieso que no tengo repuesta para esa pregunta y no sé si cualquiera de los que estén en esa situación será capaz de dar una respuesta convincente.
Es indudable que hay personas que son ejemplo de lo que acabo de describir sobre todo en las pequeñas entidades de población donde los puestos de concejal o de alcalde e incluso los de quienes conforman la oposición son ampliamente recompensados… con disgustos.
¿No será llegado el momento en el que se impone reflexionar acerca de lo que digo para cambiar nuestra actitud de recriminación constante por otra mediante la que —sin dejar de ser objetivamente crítica— seamos capaces de reconocer y aplaudir las cosas buenas que haga cualquiera que sea el que las haya hecho en el pasado o las vaya haciendo en el futuro?
Creo que así tendríamos la posibilidad de aproximarnos a la condición de ángeles sin tener que pasar por las malaventuras por las que pasan los que trabajan por el bien de todos nosotros.
Claro que si detrás de un aparente trabajo altruista hay ocultas intenciones de obtener ventajas, de atender a los propios intereses priorizando el provecho individual sobre el bien común, entonces esos pretendidos ángeles se transformarían en los peores demonios. Habría, entonces, que llamar a San Miguel.

Toni(n) “el de la Cuba”

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