Hay actos que requieren de perspectiva para poder ser analizados y de esa manera, disfrutarlos en plenitud. Cuando estamos aún inmersos en la emoción de cualquiera de ellos, esa misma emoción nos impide tener la frialdad suficiente como para ser objetivos en su enjuiciamiento; en cambio, el tiempo nos proporciona la dosis de objetividad que nos permite saborear la esencia de lo que hemos vivido.
La de la Presentación de la Reina de las Fiestas es una noche especial en la que todo el pueblo se reúne en la Plaza, a los pies del Olmo para participar de un acto lleno de simbolismo que constituye por sí mismo un homenaje a la ilusión.
La estructura del acto no puede ser más sencilla: la Reina saliente cede su trono a quien le va a suceder a lo largo del año para representar a Navajas en actos en los que su presencia es requerida y en muchos casos obligada. Todo un honor al que se llega por méritos propios.
Pero no se trata sólo de escenificar un relevo, además hay un componente de exaltación de lo que tenemos por más nuestro: La Virgen de la Luz, las fiestas, las Fuentes, el río, la huerta, los montes, el Pueblo en suma. Y ésto, en Navajas nos lo venimos tomando muy en serio desde la primera de las presentaciones; sólo hay que advertir la lista de las personalidades que han actuado como Mantenedor del Acto para darnos cuenta de que casi todos —yo tuvo el honor de serlo cuando la Reina de este año fue Damita de Honor, de ahí que pueda emplear con propiedad el “casi”— han sido personalidades eminentes en la vida pública de la Comunidad o de España.
Literatos, abogados prestigiosos, médicos, ex ministros, rectores de universidad, políticos… han pasado a ser un poco más nuestros después de haber contribuído a que el esplendor del acto fuera el mayor posible.
Este año, me impresionaron algunas cosas que quiero compartir con mis hipotéticos lectores:
El primero fue el silencio respetuoso con que el público que no estaba directamente concernido por el acto acogió la llegada de las Damas de Honor y de la Reina y los parlamentos de Presentador y Mantenedora.
Los aplausos —generosos y cordiales de los asistentes— a los discursos de la Alcaldesa y de los conductores del acto.
La tercera de mis impresiones fue el escuchar, afinado, suave como una ola de perfume que envolviera el aire de la Plaza, el canto de los Himnos que protagonizó todo el Pueblo puesto en pie. Y me impresionó por el contraste con otras Presentaciones no tan lejanas en las que el canto de los Himnos fue silbado, abucheado, en una demostración de intransigencia que, por fortuna, parece que tiende a desaparecer. En esta ocasión el canto subía desde la Plaza y pasaba por mi balcón sin interferencias, ni siquiera de las inevitables de los que esa noche —haciendo uso de su libertad de elección— están cenando bajo la ramas del Olmo o de tertulia con los amigos. Magnífico.
Toni(n) “el de la Cuba”
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