Ocurre -a veces ocurre- que juzgamos con prisa alguna situación que se nos presenta adversa sin pararnos a reflexionar si, de verdad, lo que nos pasa es fruto de la fatalidad o puede sernos achacado sin atenuantes.
Jorge Llopis, un humorista español, dio a la imprenta en el año 1957 un librito delicioso del que conservo un ejemplar en el que, entre otras muchas cosas interesantes dichas con humor, aparece ésta:
Como podrá comprobar el amable lector, don Jorge aprovechó la métrica de la conocida fábula de la mona y el nogal para poner en evidencia al que, por su torpeza, se queja de lo que cree que le ha salido mal.
No hace mucho hice un canje de puntos de esos que dan algunos bancos por utilizar su tarjeta y solicité uno de esos aparatejos que cuentan los pasos que uno da -los de andar, se entiende- por aquello de que hay que hacer deporte y esas cosas.
El chisme en cuestión llegó -podómetro creo que lo llaman en un valeroso alarde de rechazo al inglés para nombrar todos los cacharricos nuevos que funcionan con pilas- y me dispuse a utilizarlo asombrado porque las instrucciones de manejo eran: "mantenga pulsado el botón durante dos segundos y colóquelo en su cintura" cosa que hice en cuanto llegué a casa.
El aspecto del cachivache era prometedor; no parecía requerir ningún tipo de mantenimiento y, según rezaba en las instrucciones podía contar de una sentada hasta 99.999 pasos.
Sí me chocó que la pantalla presentaba una curiosa combinación de letras y números que no logré entender.
Salí a andar para hacer una prueba y me encontré, a la vuelta, con que el podómetro me decía lo que espero que se vea bien en la pantalla, "DEDOO" -o eso me pareció al verlo- cosa que interpreté como una grosería. Sacudí el artilugio y el aspecto de la pantallita cambió... para peor, porque ahora no tenía sentido alguno lo que aparecía ante mi vista.
Inmediatamente me puse a pensar que los de la entidad bancaria me habían tomado el pelo y, en la disyuntiva de poner una reclamación o dejarlo estar, me decidí por esta última opción.
Seguí llevando el aparato por inercia durante un par de días, pero los mensajes seguían siendo un misterio para mí.
Ya casi había perdido la esperanza de que el artilugio me fuera a ser de utilidad cuando llegó a casa mi hija que, al verlo, se interesó por él.
–¿Qué es?
–Un podómetro, pero es una castaña que no hay quien entienda
Sin decir otra cosa, la chica dio la vuelta al utensilio y me dijo:
–Treinta pasos desde la calle Mayor hasta casa, no parece que vaya mal...
y me lo devolvió.
Se me vino a la imaginación la moraleja de "La Mona y el Polo" y pedí perdón mentalmente a quien había juzgado a la ligera pensando que me habían estafado cuando, en realidad, era yo el que había metido la pata "chupando al revés el polo" .
A pesar de que intenté encontrar mil excusas para liberarme de la sensación de ridículo ante mí mismo, no me fue posible escontrar una sola. Por eso, a manera de penitencia –ahora que eso de la penitencia es una cosa rara– he escrito este "rollo" para que los que lo lean sepan que es mejor escarmentar en cabeza ajena y darle mil vueltas a las cosas antes de arremeter contra el que creemos causante de nuestra desgracia o de nuestra frustración.
De paso, descansamos de elecciones, debates, y otras cuestiones que nos tienen demasiado ocupados en cosas que son accesorias.
A ver si mañana os toca la lotería
Como podrá comprobar el amable lector, don Jorge aprovechó la métrica de la conocida fábula de la mona y el nogal para poner en evidencia al que, por su torpeza, se queja de lo que cree que le ha salido mal.
No hace mucho hice un canje de puntos de esos que dan algunos bancos por utilizar su tarjeta y solicité uno de esos aparatejos que cuentan los pasos que uno da -los de andar, se entiende- por aquello de que hay que hacer deporte y esas cosas.
El chisme en cuestión llegó -podómetro creo que lo llaman en un valeroso alarde de rechazo al inglés para nombrar todos los cacharricos nuevos que funcionan con pilas- y me dispuse a utilizarlo asombrado porque las instrucciones de manejo eran: "mantenga pulsado el botón durante dos segundos y colóquelo en su cintura" cosa que hice en cuanto llegué a casa.
El aspecto del cachivache era prometedor; no parecía requerir ningún tipo de mantenimiento y, según rezaba en las instrucciones podía contar de una sentada hasta 99.999 pasos.
Sí me chocó que la pantalla presentaba una curiosa combinación de letras y números que no logré entender.
Salí a andar para hacer una prueba y me encontré, a la vuelta, con que el podómetro me decía lo que espero que se vea bien en la pantalla, "DEDOO" -o eso me pareció al verlo- cosa que interpreté como una grosería. Sacudí el artilugio y el aspecto de la pantallita cambió... para peor, porque ahora no tenía sentido alguno lo que aparecía ante mi vista.
Inmediatamente me puse a pensar que los de la entidad bancaria me habían tomado el pelo y, en la disyuntiva de poner una reclamación o dejarlo estar, me decidí por esta última opción.
Seguí llevando el aparato por inercia durante un par de días, pero los mensajes seguían siendo un misterio para mí.
Ya casi había perdido la esperanza de que el artilugio me fuera a ser de utilidad cuando llegó a casa mi hija que, al verlo, se interesó por él.
–¿Qué es?
–Un podómetro, pero es una castaña que no hay quien entienda
Sin decir otra cosa, la chica dio la vuelta al utensilio y me dijo:
–Treinta pasos desde la calle Mayor hasta casa, no parece que vaya mal...
y me lo devolvió.
Se me vino a la imaginación la moraleja de "La Mona y el Polo" y pedí perdón mentalmente a quien había juzgado a la ligera pensando que me habían estafado cuando, en realidad, era yo el que había metido la pata "chupando al revés el polo" .
A pesar de que intenté encontrar mil excusas para liberarme de la sensación de ridículo ante mí mismo, no me fue posible escontrar una sola. Por eso, a manera de penitencia –ahora que eso de la penitencia es una cosa rara– he escrito este "rollo" para que los que lo lean sepan que es mejor escarmentar en cabeza ajena y darle mil vueltas a las cosas antes de arremeter contra el que creemos causante de nuestra desgracia o de nuestra frustración.
De paso, descansamos de elecciones, debates, y otras cuestiones que nos tienen demasiado ocupados en cosas que son accesorias.
A ver si mañana os toca la lotería
Toni(n) "el de La Cuba"
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