martes, 15 de diciembre de 2015

Entre humor y tomadura de pelo hay una diferencia, oiga.

Don Alphonse en 1899
Un ciudadano que a finales del siglo XIX se dedica a lo que se dedicó Alphonse Allais en ese tiempo y que tenga la frescura de decirlo, merece todos mis respetos. Otro que lo imite un siglo después y pretenda ser tomado en serio no puede ser otra cosa que objeto de mi chanza a pesar de haber sido aplaudido, estudiado y, como he dicho antes, tomado en serio por gentes pretendidamente serias
Don Alphonse se dedicó a epatar —perdón por el galicismo pero la circunstancia lo requiere— a la burguesía de su tiempo pero con la sonrisa a flor de labios. Aprendiz de todo y maestro de nada se dedicó a la pintura en un principio y expuso cuadros como éste que otros muchos han presentado después como si la idea fuera de ellos:


"Primera Comunión de jovencitas cloróticas en tiempos de nieve." (Cuadro blanco) 1893.

Luego presentó otros de los que no es menos conocido el titulado por él mismo: Récolte de la tomate sur le bord de la mer Rouge par des cardinaux apoplectiques («Cosecha de tomate al borde del mar Rojo por cardenales apopléticos»), expuestos en el salón de las Artes Incoherentes. Todo lo cual tiene una sana intención de divertir y supongo que de poner en evidencia a impostores.
Años después, con Cuadrado blanco sobre fondo blanco, Círculo negro, Cruz negra y otros —que son exactamente lo que dicen sus títulos: un lienzo en blanco, un punto negro sobre un lienzo, una cruz negra—  Kasimir Malevich crea el suprematismo, que busca la supremacía de la nada ¡y se queda tan pancho! 
Cruz negra (Malevich)

Puedo afirmar que ha habido sesudos varones han dedicado buena parte de sus vidas a reflexionar sobre esa supremacía.
Monsieur Allais también hace incursiones de otro tipo; esta vez se mete en los terrenos de la música —¡oh, la Música!— y escribe su: Marche funèbre composée pour les funérailles d'un grand homme sourd (Marcha fúnebre compuesta para las exequias de un célebre hombre sordo) que no es otra cosa que una página de composición completamente en blanco, porque —al decir de su autor— « las grandes penas son mudas ». No me negarán que la cosa tiene gracia, inventiva y “buen rollito”.
No acaba aquí la historia; tiempo después es un afamado compositor americano, don John Cage, el que,   “escribe” una composición musical titulada 4’ 33’’ en cuya partitura no hay escrita ni una sola nota ni otra indicación relativa a la música que “tacet” que indica al músico que debe callar, es decir, no tocar. ¡Ah! se me olvidaba comentar que 4’33’’, en cualquiera de sus versiones, es el tiempo durante el que la orquesta no toca, el piano no suena o el instrumento ejecutante está mudo mientras el público —que ha pagado su entrada— permanece en silencio o tose, carraspea, se retrepa en su asiento, mira perplejo al vecino o hace cualquiera de las cosas que suele hacer el público que asiste a los conciertos. Los sonidos de lo que haga serán todo lo que vaya a escuchar en ese tiempo. Es curioso constatar que quienes han asistido a algún concierto del que la pieza formara parte del repertorio subrayan el entusiasmo del aplauso otorgado por el público al compositor y a los ejecutantes.  
Para que no quede lugar a dudas acerca de lo que la partitura contiene he traído una de las “versiones” de la famosa composición.
Una "versión" de 4' 33''
 
Por lo que tengo entendido hay espectadores que han sentido al escuchar esta “obra” una especie de experiencia místico-filosófica que —he de confesarlo— escapa de mi humilde capacidad de apreciar la música. 
Pero cuando el grupo “The Planets” incluyó en uno de sus discos una canción llamada “Un minuto de silencio” los herederos de don John les demandaron por ¡plagio! No sé si la demanda tuvo recorrido porque las fuentes de las que he extractado esta historia verídica (JOT DOWN, “Guía del (im)perfecto snob” publicado por Miguel Lopez-Neyra) nada dicen al respecto, pero no deja de tener una cierta gracia que se pueda plagiar a alguien que haya escrito NADA.
En otro sentido se han derramado ríos de tinta para justificar lo que a un servidor le parece injustificable: que una tomadura de pelo llegue a ser considerada una obra de arte. Filósofos, musicólogos, críticos de arte, sociólogos y patafísicos varios han aportado su cuarto a espadas con lenguajes muy enrevesados para ensalzar los aspectos que los pobres mortales no somos capaces de entender, cosa que, por otra parte, suele ser común a todas las “artes” ininteligibles para el común de las gentes : ladrillos enormes de teorías de lo más diversas “avalan” la excelencia de la "obra de arte" y ponen en solfa la “cerrazón” de quienes no apreciamos las sutiles sensaciones que proporciona una obra “de minorías”.
Seguro estoy de que los muy sabios dirán a partir de mi afirmación que yo soy un ignorante y habré de responderles aliviado: “Gracias a Dios”.
Toni(n) el de “La Cuba”




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