El sábado pasado tuve la oportunidad de asistir a una reunión en la que por iniciativa del ayuntamiento un experto en asociacionismo nos explicó con claridad el trámite burocrático no sólo de la creación de una asociación, sino lo que es más difícil, lo que hay que hacer para que la asociación siga funcionando sin salirse de la legalidad.
La primera impresión fue la de asombro; si para asociarse para leer unos libros y realizar un par de actos de cara al pueblo que sirvan para difundir la cultura, el montón de “papeles” es así de grande, habrá que ver qué es lo que esta administración elefantiásica exige para una asociación grande. Pues curiosamente exige lo mismo y habrá que pensar que lo que no conviene a quienes gobiernan es que haya minúsculas asociaciones … como casi todas las que tenemos en el pueblo.
Por mucho que la persona que nos explicó el trámite nos lo presentó como algo fácil y nos proporcionó una buena herramienta de trabajo para tramitar todo el papeleo, la verdad es que tendría que haber un contable en cada una de las asociaciones y una persona que ejerciera las funciones de secretaría; esto sumado a que —sólo por poner un ejemplo— el seguro mínimo necesario que es el de responsabilidad civil, se pone en cuatrocientos euros anuales y que según nos fueron contando el presupuesto mínimo imprescindible de gastos asciende a unos mil euros/año por cada asociación, cien arriba o cien abajo, lo inmediato fue pensar “que les den…” y salir corriendo. Claro está que esto no ha hecho más que empezar porque falta que nos informen en mayor profundidad acerca de las obligaciones fiscales de las asociaciones.
Pero, mal que nos pese, un pueblo que quiere “hacer cosas”, no puede prescindir de asociarse para hacerlas y no sólo por las posibles subvenciones, sino porque yendo cada uno a su aire el gasto es mayor y el resultado que se tiene menos "pasta" para hacer cos —y, por tanto, de menos satisfacción para quienes lo emprenden en beneficio de todos. A mi entender, actualmente un pueblo no sobrevive sin asociarse, sin tener asociaciones que permitan a sus ciudadanos agruparse para hacer las cosas que les gusta hacer.
Otra reflexión inmediata fue la de constatar que la mayor parte de los grupos constituidos están actuando y llevando adelante sus aficiones en una situación cuando menos “alegal” porque tienen un archivo de nombres y direcciones de personas que está afectado por la Ley de Protección de Datos, porque cobran cuotas a sus socios y porque cobran y pagan probablemente sin estar en gracia de Dios con Hacienda, que somos todos.
Un grupo de entusiastas que acabamos de registrar una Asociación en el organismo correspondiente —el Grupo de Lectura de Navajas— nos vamos a tener que remangar para hacer las cosas como mandan las leyes; pero si hemos de hacer frente a los gastos mínimos, nuestro presupuesto para hacer cosas va a verse disminuido en esos mil y pico de euros que habremos de destinar al funcionamiento. Quizás las subvenciones arreglen un poco nuestra escasa caja, pero ¿podremos confiar en ellas?
¿Cómo resolver el asunto? Es cuestión de matemáticas: por ejemplo, cada asociación del pueblo que quiera funcionar de acuerdo con la Ley habría de tener un seguro cuyas coberturas exceden con mucho a las necesidades propias de la asociación correspondiente; hay, por lo visto, dieciocho asociaciones en Navajas, cada una de las cuales, por separado habría de contratar un seguro mínimo cuya prima no bajará de cuatrocientos euros/año. Cuatrocientos por dieciocho son siete mil doscientos euros. Agrupémonos en una sola asociación y contratemos un seguro de mil euros que cubra las necesidades de todas y tendremos seis mil para hacer cosas. Además, en lugar de pagar varias cuotas se paga una sola, aunque fuera mayor, que nos permitiría hacer las mismas cosas.
La solución para seguir disfrutando de lo que nos gusta es que para tener la cabeza fría y los pies calientes, las Asociaciones nos asociemos.
Hay personas que creen que no vamos a ser capaces de juntarnos para hacer algo bueno por el pueblo y por nosotros mismos —que a fin de cuentas somos los que lo formamos— pero algunos —quizás más ingenuos— creemos que sí somos capaces de eso y de muchas cosas más. Habrá que sentarse, dialogar mucho, ceder en lo que no sea fundamental y lograr un acuerdo. Conseguirlo sería, a mi entender, tanto como refundar el pueblo.
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