martes, 28 de abril de 2020

Adoquines: seguimos...

...se ha roto la trampilla...
La tarde de ayer continuó monótona. Emprendieron el levantamiento de la acera de mi fachada sin otro incidente apreciable que la rotura de la trapilla que cobijaba al contador de agua potable. Me dicen que ya han encargado otra; es evidente que desde mi posición privilegiada me entero de cualquier anomalía o incidente que se produzca. ¡El sueño de cualquier jubilado ante una obra! Además puedo interactuar con los protagonistas. ¿Puede pedirse algo mejor?

La percusión de la máquina grande tiene en la casa el efecto de un leve temblor de tierra hasta que el aparato rebasa la longitud de la fachada.

Debo rectificar mi apreciación de ayer; el ancho del espacio que están levantando no es de un metro y medio, sino el del ancho de la acera porque no se va a levantar la superficie de la Plaza. Los adoquines irán superpuestos al hormigón actual de manera que toda la superficie alcance la cota de las viejas aceras, con ligeros gradientes para que el agua discurra por donde debe.


El equipo que actúa aquí parece eficiente: hay cuatro de amarillo uno de los cuales usa mascarilla... de barbuquejo, el que maneja la máquina viste chaleco rojo y el jefe lo lleva de color azul. Deduzco la jefatura porque, de vez en cuando, consulta unos papeles y tizna el suelo con un espray de color rosa muy acertado indicando futuras actuaciones en el cañamazo del suelo. Los cuatro de amarillo son americanos, uno del norte y los otros tres de Centroamérica, de los cuales, uno de Ecuador. Si estuviera aquí una buena amiga mía, seguro que ya conocería el estado civil, los nombres y apellidos y las circunstancias personales de cada uno.

Llegó un camión que descargó un montón de algún tipo de tierra o mezcla, depositó un contenedor nuevo y retiró el anterior, lleno. El fin de la maniobra lo recogí como si yo fuera un Abenámar cualquiera con el fin de que lo puedan disfrutar; maniobra limpia, coordinada y con una ejecución impecable.

La estrategia que parecen seguir es simple: primero uno de los operarios con una radial –acabo de acordarme con júbilo de cómo se llama la herramienta– corta la acera a ras de las fachadas; luego, la máquina con el pincho destroza el hormigón y los bordillos que la conformaban y, tras ella, tres obreros más retiran los cascotes y limpian el espacio que queda. Luego la máquina grande cambia de herramienta, y con la pala recoge los cascotes y los lleva al contenedor.

Un incidente a reseñar es que no sólo se rompió la trampilla, sino que la acometida de agua de mi casa presentaba una fuga que, provisionalmente fué arreglada con una cinta roja puesta, a conciencia, debo decirlo, por uno de los obreros de amarillo que, además reclamó del jefe –que se había ido antes- que trajera un recambio para ponerlo hoy.             





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