Hace un año, por estas fechas, la gente vivía feliz y confiada en una Europa ahíta y des-valorizada en la que la mayor ambición de la mayoría de sus ciudadanos era pasarlo bien. En España, desde hace mucho tiempo –demasiado a mi entender– el paradigma de los valores en los que se sustenta la mayor parte de la población se resume de manera un tanto rústica en el aserto: “De esta vida sacarás tripa llena y nada más”, toma castaña.
De pronto, el día después de Reyes nos sacudió una noticia que dejó helado, al menos, a todo el mundo occidental: el atentado contra el semanario satírico “Charlie Hebdo”. Recuerdo que estuve pegado al televisor hasta el desenlace de los acontecimientos del día mientras deploraba en mi interior la barbaridad que supuso la matanza de las once personas que fueron asesinadas en la redacción. Nunca fue “Charlie” santo de mi devoción, pero lo criminal del atentado me predispuso a su favor; pedí a mis amigos franceses que me consiguieran un número de los que salieron a la venta y me enviaron dos. Sigo estando en contra de los que asesinan, sea en nombre de lo que sea, a la vez que considero que los que matan sin compasión, habrían de morir del mismo modo; una contradicción que tengo sin resolver.
Inmediatamente después del primer ataque de indignación, de cólera, lo que leía en la prensa o en la correspondencia con mis amigos me fueron convenciendo de que yo no era “Charlie Hebdo” porque me identificaba más con Ahmed, el policía francés de religión musulmana, integrado en la sociedad francesa que fue rematado por los que profesaban el mismo credo que él, de un tiro en la cabeza cuando estaba en el suelo y desarmado. Ahmed es, para mí, el símbolo auténtico, la auténtica víctima de un estado de cosas que parte de la miseria de unos, de la “tripa llena” de otros y de una sociedad que resulta ser profundamente injusta con sus ciudadanos; Ahmed es el cordero que sacrificamos en el altar de nuestro egoísmo.
Ahora leo en la prensa que los de “Charlie” van a publicar un número especial para conmemorar el aniversario de la desmesura que ocurrió hace un año y que se llevó por delante a un montón de personas, con una portada en la que representan a un Dios caricaturesco y ensangrentado, con un fusil ametrallador a la espalda y en actitud de huída. No pongo aquí el dibujo por no hacerles publicidad entre los tres o cuatro que me leen. El texto que acompaña al dibujo de Riss –el actual director de la revista– es ofensivo: “Un año después el asesino sigue suelto”.
Tengo para mí que la libertad de expresión tiene un límite y pienso que el señor Riss, los que le siguen y los que le jalean se han pasado unos cuantos pueblos de lo permisible. Cuando un derecho se usa sin control ni límite se transforma en abuso; precisamente el que creo que cometen los “charliadeptos”. Si no es lícito responder con violencia a la violencia tampoco habría de serlo ejercerla; de ningún tipo, ni verbal, ni escrita, ni intelectual porque siempre existirán pobres tontos que llevados de su abdicación mental y de su progresía mal digerida o de su soberbia intelectual, su mundo ficticio, de ficción, que de todo hay, crean que los “riss”–la minúscula es intencionada– y compañía hacen las cosas bien, cuando lo que hacen es suscitar el odio por el ataque a unas ideas que son respetables, mucho más que las suyas propias porque estos pájaros sólo saben ir contra, nunca a favor. Basta de negativismos, pues. El que mata no es Dios –ese Dios que ellos niegan, lo que no deja de tener su gracia por hacer, con esa contradicción en la que incurren, un razonamiento imposible– sino el hombre, los hombres llevados por la deformación que de Dios han hecho ellos mismos u otros como ellos.
YO NO SOY “CHARLIE HEBDO”, nunca lo he sido y no quiero que mis amigos franceses me reserven ejemplares de la bazofia que los "charlines" están a punto de poner en el mercado.
Toni(n) "el de La Cuba"
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