La Pardo Bazán, doña Emilia, una feminista “avant la lettre”, comprometida de verdad, no por postureo, ponía en boca de uno de sus personajes a finales del s.XIX esta frase acerca de la que voy a reflexionar hoy: “De los Pirineos acá, todos, sin excepción, somos salvajes, lo mismo las personas finas que los tíos”. No voy a entrar en el fondo del asunto ni de la opinión expresada en la frase, sino en el empleo de la palabra “tío” en contraposición a las “personas finas”.
...gente fina... |
Aunque parezca mentira, el “tío” como apelativo ha perdurado a través del tiempo y muchos de los que hoy se llaman así tendrán, ciertamente, una gran extrañeza al conocer que lo que consideran ellos una “modernidad” que ya es rancia, era algo de uso normal en mil ochocientos y pico.
La única diferencia apreciable es la oposición que se advierte entre su utilización por la Pardo Bazán y el uso indiscriminado que del término se hace en estos tiempos nuestros; hoy todos somos “tío” por obra y gracia del lenguaje que difunden las “teles”, lo que significa que, en la mentalidad de doña Emilia, ninguno de nosotros somos “personas finas”.
Me temo que la señora Pardo acertaba de pleno al poner en boca de su personaje la frase que hemos visto. No quedan “personas finas” . Los que podríamos ser considerados medianamente educados ya no “molamos”, los que triunfan, los que son aplaudidos y aquéllos en los que se miran los jóvenes son los que basan su imagen en la entrepierna.
Hace algún tiempo un joven me decía absolutamente en serio, que él tenía como objetivo “salir en Gran Hermano” porque de esa manera lo iban a ir contratando en festejos populares, en programas de televisión de los de “casquería” y en fiestorros diversos en los que el intelecto tenga poco que ver. El plan de vida del perfecto macarra como paradigma de lo que se quiere llegar a ser en la vida.
...¿molas tío?... |
Por desgracia hace tiempo que venimos errando como nación en la orientación que hemos de dar a nuestra sociedad. Ya es un tópico decir que desde hace cuarenta años venimos dando sopas con honda a los franceses en deporte; lo que no se dice es que en ese mismo tiempo nosotros hemos tenido un par de premios Nobel y ellos, “los pobrecitos franceses” , habrán conseguido no menos de cuarenta. Y mientras nuestra sociedad se regocija con los triunfos de sus deportistas y se mira el ombligo, la sociedad francesa exige cada vez más en la formación de sus jóvenes en cualquier campo en el que se invierta el dinero público. Igualito que aquí.
Hay quien afirma –la misma Pardo Bazán entre ellos– que es el sol el responsable de este comportamiento social, de estas actitudes ante la vida. Para mí tengo que no sólo es eso porque las épocas por las que hemos ido pasando han dado unos resultados u otros siempre condicionados por la educación de los ciudadanos, de la masa social a la que llamamos pueblo; unas veces porque por imitación a la aristocracia –cuando esta clase social ha sido digna de ser imitada– y otras veces por los propios méritos de quienes se han esforzado por mejorarse y de ese modo mejorar al conjunto.
Ahora, la aristocracia ha sido sustituida por la clase política y los comportamientos de una parte representativa de este grupo –por fortuna no abundante pero no escasa aunque sólo con uno de éstos ya sería suficiente para ser demasiados– no son los más adecuados para que sirvan de ejemplo a seguir. Aunque sólo fuera por eso, hay que exigir claridad sin prebendas y justicia sin malas artes de leguleyos porque no vaya a creerse algún ingenuo que si a él lo pillan con las manos en la masa va a tener el mismo tratamiento que si el pillado ha sido alguien con tratamiento de excelentísimo, honorable o cualquiera de los que aplicamos a las personas que consideramos por encima del resto… hasta que nos damos cuenta de que sólo el intelecto orientado al Bien, a la Verdad y a la Belleza es merecedor de tener esa consideración de superioridad
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