Pues sí, señores; los Reyes me han traído una libreta electrónica de esas que on capaces de almacenar más libros de los que seré capaz de leer en lo que me queda de vida. Incluso me atrevería a decir que más de los que haya sido capaz de leer en toda mi vida.
Los cachivaches que ha sido capaz de traernos la informática son atractivos y funcionan la mar de bien. El mío tiene el aspecto "retro" de una vieja libreta de notas, cosa que proclama con un título en inglés –del empleo del inglés a troche y moche, –incluso cuando no es necesario– habrían de ocuparse personas más cualificadas que yo, pero a lo que iba. No es la primera libretica de este tipo que utilizo; hace ya años tuve otra que debe andar olvidada por algún cajón de objetos electrónicos desechados a partir del momento en que fue sustituida por algún invento que me permitía hacer lo mismo desde el ordenador. Qué ha impulsado a los Reyes a dejarme este nuevo aparato no lo sé, pero ya que lo tengo aquí, lo aprovecho.
El cachivache tiene trampa porque puedes descargar cualquiera de los libros que Amazon pone a tu alcance –que son miles y de todos los temas– de manera fácil, cómoda y casi insensible para el bolsillo porque se carga en cuenta y los precios son más bajos que los de los libros “de verdad”.
Los defensores de esta manera de leer aducen las numerosas ventajas que tiene el invento: apenas ocupa espacio, puedes saltar de un libro a otro cuando quieras, sin que se te pierda el lugar en que te habías quedado, la iluminación de la pantalla consigue que puedas leer en cualquier lugar aún en ausencia de luz suficiente, se protegen los bosques… ¡Ah! y tiene una batería capaz de aguantar días sin necesidad de recarga y sin que se deteriore la calidad de lo que se ve en la pantalla.
Los detractores esgrimen razones más sentimentales: el libro es un objeto bello, les gusta el tacto de las hojas, su olor, contamina menos porque las libretas éstas tienen componentes electrónicos en cuya fabricación intervienen procesos y elementos que arroja a la atmósfera sustancias que contribuyen al calentamiento global; una pus, oiga.
Así es que lo dejaremos en empate porque nada hay escrito acerca de gustos.
Como es lógico, apenas he abierto el paquetito me he puesto a enredar con el chisme –en el que han aparecido misteriosamente los libros que tenía en mi biblioteca del ordenador– y , cosas del consumismo, he comprado un libro de Umberto Eco, “De la estupidez a la locura” cuya reseña me ha atraído y he caído en la trampa de empezar a leer en un avance del contenido que arteramente dispone el vendedor para que te enganche y no puedas pasar sin conocer lo que viene detrás de lo de delante… Y aquí me tienen, leyendo al maestro Eco que entra a reflexionar acerca de las cosas que aquejan a nuestro tiempo, la excesiva información mal digerida, las prisas, el agobio de los “media”, las redes sociales, los políticos, las políticas de los políticos y todos los otros asuntos que ocupan a la sociedad moderna y que incluso pueden llegar a preocuparnos.
Cosas de la tecnología.