sábado, 17 de diciembre de 2016

Hartito me tienen...

No paran de hablar. Políticos de toda clase y condición se dedican a hablar porque para ellos “la política es diálogo”; pero –como ocurre siempre que a alguien le falte la formación necesaria para hacerse entender– confunden diálogo que significa intercambio de ideas, comunicación, respeto, con cháchara que no es otra cosa que la conversación frívola e intrascendente que termina por ser un monólogo machacón, insistente y sin sustancia,
Los vemos y los oimos en las pantallas de la televisiónj, en los programas de radio, en los foros de todo tipo, en los bares, en los actos oficiales y en los ayuntamientos. No paran. Todo es hablar y hablar para culpar a los demás –a los otros– de todos los males habidos y por haber.
La pregunta –fácil– es ¿no sería mejor que el tiempo que pierden en despotricar y buscar culpables lo emplearan en trabajar para hallar soluciones a los problemas que afectan a los ciudadanos? Ya sabemos todos que los anteriores lo hicieron muy mal y eran unos manirrotos que dejaron las arcas exhaustas, pero, sabido ésto ¿nos sentamos a lamernos las heridas o hacemos algo para recuperar lo que es recuperable?

Por otra parte, cuando alguno de los que pululan por los centros de poder tiene una ocurrencia que parece “molona” al resto de sus “compis” y deciden ponerla en práctica no hay diálogo capaz de disuadirles de su idea. Así es que en cuanto se les niega el “caprichito” no basta con que la justicia diga que no es que se les niegue, es que no se les puede dar porque contravendría las normas de la convivencia más elemental, en lugar de ponerse a trabajar para conseguir el cambio de esa norma, se enfurruñan, se inventan derechos y aplican su monomanía a lograr que su deseo sea satisfecho por quien no puede satisfacerlo sin ponerse, a su vez, fuera de la Ley.
Lo que pretenden los que preconizan el diálogo a ultranza es que las cosas se eternicen y que triunfe la opción de los que más se empecinan en conseguir la Luna si se les mete entre las cejas. Sin límites que establezcan el final de las discusiones éstas se eternizan y terminan desvirtuando el sentido que pudieran tener cuando empezaron.

En resumen, el diálogo está bien, pero hablar por no estar callados, ¿conduce a algo? Lo decía el clásico: “Facta, non verba”, hechos, no palabras.

Toni(n) el de “La Cuba”

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