Ya decía la gente que es sabia que el coronavirus nos iba a cambiar la vida ¡y vaya si lo ha hecho!
Todo lo que significaba relación, compañía, socialización –vaya un palabro tonto– se ha tenido que convertir en virtual, al menos en gran parte de la dimensión que tenía antes de que se declarara la pandemia. Así, las criaturas se comunican por medio del "guasap" que es un invento al que he renunciado porque lo creo manipulador y sesgado, mucho más manipulador que el uso de internet, que ves en la red un cinturón que te gusta y te aparecen miles de anuncios proponiéndote su compra. El guasap es incómodo porque es necesario ponerse a escribir cuando llamar por teléfono es más fácil e incluso más personal; ¿es que hemos perdido la facultad del habla o es que resulta necesario comunicarse en grupo? porque doy por bueno que para dar una noticia a un colectivo numeroso de personas es más cómodo el guasap, pero no pensamos en las consecuencias que acarrea ese hecho, porque inmediatamente recibimos otras tantas preguntas de los que han sido comunicados, lo que nos lleva a lo largo del tiempo, de manera irremediable a la melancolía y al hartazgo.
Pero se me ha ido el santo al cielo con lo de los mensajes cuando lo que quería era comentar acerca de lo que le faltan a estas fiestas es ... fiesta.
Porque la misa de ayer domingo no fue lo mismo sin la pompa y el esplendor que se le da en condiciones normales, ni el día de la Patrona es igual sin la procesión, ese paseo acompañando a la imagen que tanto sirve para reflexionar en silencio durante el transcurso por las calles casco urbano. La misa tuvo el mismo valor religioso y espiritual que la otra pero no tuvo ... fiesta.
La entrada de Peñas fue sustituida por un remedo de mascletá "de luto" como escribía ayer; claro que lo que le faltó de "fiesta" lo ganó en tranquilidad; por una vez en muchos años pude dormir en mi cama sin tener que desplazarme a un hotel para poder conciliar el sueño.
Ayer unos cuantos jóvenes se dedicaron a hacer su propia fiesta "jugando a los toros" como hacíamos nosotros cuando teníamos ocho o diez años. Observo una tendencia a prolongar la niñez entre las nuevas generaciones por su inclinación a seguir jugando hasta bien avanzada su edad porque los "toreros" y los "toros" no bajaban de los dieciocho años según me contaron quienes lo vieron.
Hoy, lunes "de barrenas", un grupito de personas se ha puesto a elucubrar acerca de cómo se podrán anclar los catafalcos que sirven de refugio y desde los que se ven los toros. Hay opiniones para todos los gustos, pero la que parece prevalecer es la de que hay que unir todas las barreras de cada lado de la plaza para que hagan un solo cuerpo y de este modo evitar accidentes. Ya veremos si en San Antón se han puesto de acuerdo acerca de cuál es la solución más viable ... y eso si en enero del 2021 podemos tener ya fiestas con fiesta, cosa de la que dudo.
Cuando el diablo no tiene qué hacer, con el rabo mata moscas.
Toni(n) el de "La Cuba"